TEXTO A
Hace muchos años, en el corazón de un remoto bosque vivió un muchacho
bondadoso. Se llamaba Esteban y era leñador. Sus padres murieron muy pronto,
quedando así al amparo de su abuelo, quien se había ocupado de él hasta el
momento en que cumplió doce años. Entonces también murió su abuelo, haciéndole
comprender con ello que todo lo que nacía estaba destinado a morir.
Su abuelo le enseñó el oficio de leñador, los nombres de las plantas y
de los animales, y cómo servirse de cuanto el bosque le daba. Esteban heredó su
carácter apacible y, a pesar de que la vida no le había resultado nada fácil,
jamás pudo escucharse queja alguna salida de sus labios. Se conformaba con lo
que tenía, y habitaba en el bosque como lo habría hecho en un inmenso jardín
que él fuera el encargado de vigilar y atender.
TEXTO B
Pedro pinta cuadros. Es su gran afición.
Recoge cada mañana pinceles, pinturas y lienzos y se planta frente a un paisaje
que le guste, no lejos de su casa. Los pinta todos iguales, uno detrás de otro,
sin variaciones. Porque a Pedro no le gustan sus cuadros, le gusta pintar. Me
lo encuentro a menudo y siempre le pregunto: “Eh, Pedro, ¿cómo va eso?”. Él me
mira con simpatía, aunque no sé si me reconoce, y me responde siempre lo mismo:
“Ahí, ahí”. Pedro sufrió un accidente hace unos años que lo dejó así, inocente
como un niño. Algunos piensan que no tan inocente, por cómo mira a sus vecinas,
pero yo sé que en él no cabe la malicia. La malicia y la maldad son solo
nuestras.
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