martes, 12 de noviembre de 2013

TEXTOS PARA COMENTAR LA COHERENCIA

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Doña Rosita

Doña Rosita en la calle 27. Doña Rosita en una matiné para chavales de instituto. Los observo desde el entresuelo del pequeño teatro. Llegan media hora tarde y tardan otra media en acomodarse, como si fueran niños de guardería. Un empleado del teatro sube al escenario y comienza a situar el drama de Doña Rosita en su contexto, la postergación femenina, la necesidad del casamiento, etcétera. Como el público no calla, el presentador increpa directamente a tres alumnos con palabras que, por desgracia, hemos escuchado aquí y en España: "Mira, si no te interesa la función, te vas. Y apaga el teléfono, aquí no se puede estar con el teléfono encendido". El joven inadaptado al que no le falta detalle en su uniforme de joven inadaptado -media en la cabeza, orejas horadadas, camiseta hasta las rodillas y pantalones por debajo del trasero- se toma su tiempo. Cinco minutos de insoportable desafío a la autoridad. Doña Rosita comienza. Los acentos de los actores, venezolano, puertorriqueño, cubano, acercan la función a un público que aún conserva algo del español con que les hablaron sus padres cuando eran niños. Cada vez que aparece el primo de Doña Rosita, con aire de galán de culebrón, las chicas le silban como locas. Lo mismo cuando sale Doña Rosita, que ostenta un título de Miss. La función transcurre entre los llantos de los actores y las risas del público. En el descanso una señora mayor va hacia los revoltosos y se les encara. Son las chicas de pelo tirante a lo Jennifer López las que defienden con vehemencia su irrenunciable derecho a hablar mientras los actores actúan. En el último acto aparece el personaje del viejo maestro que se queja amargamente de la crueldad de los niños para con los maestros. El anciano encoge los hombros resignado: "Como son los hijos de los ricos nos tenemos que aguantar". Los padres, dice el personaje, les ríen la gracia. En ese momento el público escucha atento, como si reconocieran algo de lo que el viejo cuenta. Pero puede que no entiendan que la diferencia con esa historia de principios del siglo XX estriba en que los que esta mañana despliegan su mala educación son los hijos de los pobres y para ellos no hay retorno, es algo que ya está socavándoles el futuro.

Elvira Lindo, El País, 15/11/2006

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Defectillos

Isabel Vicente, Información, 6-3-2011





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Leía el otro día un reportaje en el que se recogían las conclusiones de una encuesta realizada a adolescentes sobre la influencia que sobre ellos pueden causar los roles machistas de las series de televisión. Pues bien, resulta que a las jóvenes les gustan los malos de las pelis, los turbios algo canallas, los atormentados a los que finalmente salva el amor, lo que, llevado a la vida real, se traduce en que te atraiga más el repetidor desgreñado y espatarrado de la última fila que el buen chico y amigo eterno que se sienta a tu lado.
Nada nuevo, como tampoco lo es que muchas niñas sigan pensando que no es malo que el noviete controle cómo te vistes, o se crea con derechos para leer tus mensajes en el móvil considerando que los celos o el control son una prueba de amor. Al fin y al cabo, como todos sabemos, el ser amado es casi perfecto, y si tiene algún defectillo, es corregible y además lo hace interesante.
Pues bien, chicas, va a ser que no. Si algo hemos aprendido en mi generación, es que aquí no cambia nadie. Sólo se empeora. Y en esto no hay excepciones. No pasa nada por enamoraros de un chico feo, pero, tenedlo claro: Con el tiempo, se hará aún más feo, y encima, viejo. Pues bien, esto vale para todo. Asume que esa introspección que te hace verlo como un chico misterioso y taciturno, puede convertirlo en un par de años en un ser aburrido al que no lograrás despegar de la pantalla del ordenador, y ese juerguista y ligón al que crees que apaciguarás cuando lo metas en tu cama, se acabará escapando de farra en cuanto te des la vuelta a no ser que lo aceptes como es o te conviertas en su compañera de parranda. Al tiempo y verás...
Si ahora es antipático con tu familia, en un tiempo dejarán de hablarse. Si en las primeras citas se resiste a acompañarte al cine, da por hecho que jamás lo hará.
Si no es detallista, no te canses insinuándole lo feliz que te haría que te regalara flores por tu cumpleaños porque te las regalará una vez, y al año siguiente te llevarás un berrinche. En fin, que en la vida real, las ranas, por mucho que las beses, siguen siendo ranas, y el que es borde, grosero, vago o egoísta seguirá siéndolo hasta que se muera...
Y por favor, dale puerta ya a ese imbécil que te controla los mensajes del móvil, te grita si te ve con otro chico y te obliga a abrocharte un botón más de la camisa. Con el tiempo, si no lo frenas, se creerá tu dueño y esas «muestras de amor» que ahora hasta te halagan, te pueden acabar llevando a las portadas de los periódicos.
El que es machista, violento y posesivo a los 20 años, acabará, si le dejas, maltratándote a los 30 y maldita la gracia que tiene eso.


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Juguemos

Jugar en la calle. Jugar en grupo. Esa es la actividad extraescolar que un grupo de educadores y psicólogos americanos han señalado como la asignatura pendiente en la educación actual de un niño. Parecería simple remediarlo. No lo es. La calle ya no es un sitio seguro en casi ninguna gran ciudad. La media que un niño americano pasa ante las numerosas pantallas que la vida le ofrece es hoy de siete horas y media. La de los niños españoles estaba en tres. Cualquiera de las dos cifras es una barbaridad. Cuando los expertos hablan de juego no se refieren a un juego de ordenador o una playstation ni tampoco al juego organizado por los padres, que en ocasiones se ven forzados a remediar la ausencia de otros niños. El juego más educativo sigue siendo aquel en que los niños han de luchar por el liderazgo o la colaboración, rivalizar o apoyarse, pelearse y hacer las paces para sobrevivir. Esto no significa que el ordenador sea una presencia nociva en sus vidas. Al contrario, es una insustituible herramienta de trabajo, pero en cuanto a ocio se refiere, el juego a la antigua sigue siendo el gran educador social.

Leía ayer a Rodríguez Ibarra hablar de esa gente que teme a los ordenadores y relacionaba ese miedo con los derechos de propiedad intelectual. No comprendí muy bien la relación, porque es precisamente entre los trabajadores de la cultura (el técnico de sonido, el músico, el montador, el diseñador o el escritor) donde el ordenador se ha convertido en un instrumento fundamental. Pero conviene no convertir a las máquinas en objetos sagrados y, de momento, no hay nada comparable en la vida de un niño a un partidillo de fútbol en la calle, a las casitas o al churro-media-manga. Y esto nada tiene que ver con un terror a las pantallas sino con la defensa de un tipo de juego necesario para hacer de los niños seres sociales.

Elvira Lindo, EL PAÍS, 12/01/2011


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¿QUÉ ESTUDIAS? IGUALDAD
Josep Maria Espinàs

Los nombres de los ministerios son a veces inexactos y chocantes. En España existió, durante mucho tiempo, el Ministerio de la Guerra, que seguía funcionando cuando ya no había guerra. Quizá cuando los ciudadanos se arruinen se mantendrá perfectamente en pie el Ministerio de Economía.
Pero lo que más me sorprende es que en el Gobierno exista un Ministerio de Igualdad. Teniendo en cuenta que su función debe ser trabajar para la igualdad entre hombres y mujeres, ¿es coherente que este ministerio esté regido por una mujer? Si no hay un ministro y una ministra en el Ministerio de Igualdad, mal empezamos.
La ministra Bibiana Aído ha tenido una idea innovadora, lo que no puede decirse de algunos ministros. Lo que ocurre es que me parece una idea equivocada. Propone que en la «formación troncal» de todos los universitarios se incluyan «la igualdad, los estudios de género y la tradición intelectual e histórica del feminismo». Estos «estudios de género» deben incluirse, según el criterio de Aído, de «forma transversal» en varias asignaturas de las carreras universitarias.
Creo que lo interpreto bien: los «estudios de género» deberán incorporarse a los programas de educación de médicos, ingenieros industriales, químicos, geólogos... En este último caso, por ejemplo, no bastaría para obtener el título académico con conocer al detalle la constitución de las rocas: se debería estudiar también la constitución femenina. Ya se han inventado tantas carreras y licenciaturas, que un día se inaugurará la facultad de Ciencias de la Feminidad.
Tengo que dar la razón al político que dijo a la ministra que la universidad «está para otras cosas». No corresponde a la universidad enseñar civismo, honradez, respeto a los niños y niñas, a hombres y mujeres. Ni a los discapacitados. Una universidad es un centro especializado en formación para adultos en unas determinadas materias que les permitirán, en muchos casos, el ejercicio de una profesión.
La educación es otra cosa. Los derechos de ambos sexos, el trato de igualdad –que, en ciertos aspectos, por cierto, puede ser una crueldad y una injusticia–, no puede ser una enseñanza universitaria. Es una educación que debe hacerse en el ámbito familiar y durante el comienzo de la etapa escolar. Tanto el respeto por la igualdad como por las diferencias no pueden ser asignaturas. Son experiencias que hay que saber asimilar y vivir.
El Periódico de Cataluña, 7/4/2010



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Socorro
Una niña de diez años, escocesa o así, ha escrito un libro titulado Ayuda, esperanza y felicidad, que es una guía para sobrevivir al divorcio de los padres. Nos parece muy bien, pero aguardamos ansiosos que una compañera suya publique un manual de autoayuda para los hijos de los matrimonios estables, que son los grandes olvidados. ¿Cómo se sobrevive a una pareja que se quiere? El libro tendría un éxito enorme en estos días de paz navideña en las que las familias homologadas llegan a las manos por un quítame allá esas pajas. Ahora resulta que los hijos de los divorciados no sólo tienen dos casas, dos regalos y ocho abuelos, sino que disfrutan de una literatura específica para ellos y su problemática.
Urge la puesta en marcha de una biblioteca que nos ayude a afrontar las situaciones normales. Ya sabemos cómo se combate el cáncer, la depresión, la ruina económica. Hemos averiguado cómo se espanta la mala suerte, cómo se aprende inglés en tres semanas, cómo se deja de fumar en dos sesiones. Hemos ido a la Luna, a Marte, hemos inventado la hamburguesa. Quiere decirse que lo difícil está prácticamente hecho. Ahora necesitamos asistencia para hacer frente a lo de todos los días. Cómo no desesperarse, por ejemplo, en una lista de espera de la Seguridad Social, cómo asumir una hipoteca de 40 años, cómo sobrevivir a un contrato basura, cómo pagar un alquiler de 1.000 euros con un sueldo de 800, incluso cómo divorciarse con dos salarios que parecen medio.
Muchos críos no podrán disfrutar del libro de Lobby Rees, la niña escocesa de la primera línea, porque sus papás carecen de medios para irse cada uno por su lado. ¿Hay derecho a eso? ¿Hay derecho a que no exista una sola guía espiritual para los más de ocho millones de niños esclavos que hay en el mundo? Por favor, ayúdennos a combatir lo cotidiano: la esclavitud infantil, las hambrunas masivas, el tráfico de armas, la tortura deslocalizada. Explíquennos cómo se defiende uno de personas corrientes como Bush, como Blair, como Rouco Varela, como Schwarzenegger. No tiene sentido que hayamos descubierto el antídoto contra el mal de ojo, que no existe, y todavía no tengamos un remedio contra la malaria. Hagan algo.
Juan José Millás, El País, viernes 16 de diciembre de 2005




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Pesquisas

Cada tanto (en realidad, muy a menudo) aparecen en los periódicos noticias científicas (o así se presentan) según las cuales acaba de descubrirse esto y lo otro: un avance en el conocimiento de qué somos y qué nos pasa, tal como suele deducirse del triunfalista redactado. Leo, hace un par de días, que un equipo del Instituto Nacional de Diabetes (supongo que de Estados Unidos: la noticia, de agencia, viene fechada en Washington) ha conseguido localizar en el cerebro humano, mediante un escáner perfeccionado capaz de realizar un mapa inédito de la actividad de dicho órgano, las señales del hambre y de la saciedad.

No me pregunten cómo funciona, pero el caso es que parece que el descubrimiento podría ayudarnos a eliminar el hambre: fascinante perspectiva que, aplicada con la ternura habitual con que el ser humano suele comportarse con sus semejantes, permitiría que pueblos enteros murieran de hambre sintiéndose saciados y sin darle el coñazo al Primer Mundo.

No entiendo que quienes dedican tan admirables esfuerzos a estudiarnos la cocorota no se hayan empeñado, todavía, en intentar localizar la zona donde tenemos emplazados la percepción del nacionalismo y el embrión del militarismo. Si a mí me dijeran, por ejemplo, que es en el hipotálamo donde más probabilidades tengo de que se me desarrolle un acusado sentido de excepcionalidad y superioridad respecto a los nacidos de otra tierra, o que es en el tálamo donde nace el impulso de que se me ponga la carne de gallina ante una marcha guerrera... Por decirlo con franqueza, queridos, me hacía yo misma una lobotomía, ahora mismo, con el abrecartas y las tijeras de las uñas, y con una botella de whisky a modo de anestésico.

Pero ahí les tienen. Averiguando cositas para volvernos delgados. En vez de hacer algo para que seamos cuerdos.

Maruja Torres, El País, 15 de abril de 1999



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