lunes, 9 de diciembre de 2013

TEXTOS PARA COMENTAR LA COHESIÓN

Socorro

Una niña de diez años, escocesa o así, ha escrito un libro titulado Ayuda, esperanza y felicidad, que es una guía para sobrevivir al divorcio de los padres. Nos parece muy bien, pero aguardamos ansiosos que una compañera suya publique un manual de autoayuda  para los hijos de los matrimonios estables, que son los grandes olvidados. ¿Cómo se sobrevive a una pareja que se quiere? El libro tendría un éxito enorme en estos días de paz navideña en las que las familias homologadas llegan a las manos por un quítame allá esas pajas. Ahora resulta que los hijos de los divorciados no sólo tienen dos casas, dos regalos y ocho abuelos, sino que disfrutan de una literatura específica para ellos y su problemática.
Urge la puesta en marcha de una biblioteca que nos ayude a afrontar las situaciones normales. Ya sabemos cómo se combate el cáncer, la depresión, la ruina económica. Hemos averiguado cómo se espanta la mala suerte, cómo se aprende inglés en tres semanas, cómo se deja de fumar en dos sesiones. Hemos ido a la Luna, a Marte, hemos inventado la hamburguesa. Quiere decirse que lo difícil está prácticamente hecho. Ahora necesitamos asistencia para hacer frente a lo de todos los días. Cómo no desesperarse, por ejemplo, en una lista de espera de la Seguridad Social, cómo asumir una hipoteca de 40 años, cómo sobrevivir a un contrato basura, cómo pagar un alquiler de 1.000 euros con un sueldo de 800, incluso cómo divorciarse con dos salarios que parecen medio.
Muchos críos no podrán disfrutar del libro de Lobby Rees, la niña escocesa de la primera línea, porque sus papás carecen de medios para irse cada uno por su lado. ¿Hay derecho a eso? ¿Hay derecho a que no exista una sola guía espiritual para los más de ocho millones de niños esclavos que hay en el mundo? Por favor, ayúdennos a combatir lo cotidiano: la esclavitud infantil, las hambrunas masivas, el tráfico de armas, la tortura deslocalizada. Explíquennos  cómo se defiende uno de personas corrientes como Bush, como Blair, como Rouco Varela, como Schwarzenegger. No tiene sentido que hayamos descubierto el antídoto contra el mal de ojo, que no existe, y todavía no tengamos un remedio contra la malaria. Hagan algo.



Juan José Millás, EL PAIS, viernes 16 de diciembre de 2005




Pan y cine

No se puede vivir sin comida, claro. ¿Y sin fábulas? Quizá tampoco. Los periódicos llevan hablando con auténtica alarma de la huelga de guionistas que comenzó el lunes pasado en EE UU. Se refieren a ella como si fuera a provocar la falta de un producto esencial para la vida cotidiana. Algunos, para explicar su magnitud, recuerdan la de 1988, que duró 22 semanas y costó a la industria norteamericana 350 millones de euros. La actual podría duplicar esa cifra. Pero los números siempre esconden, o disimulan, un pánico moral. ¿Qué ocurriría si esa panda de locos -los guionistas- se pasaran un año sin inventar historias? ¿En qué nos afectaría a usted y a mí? ¿Será verdad que esta gente, al urdir los argumentos de las series de televisión, escribe también, sin que seamos conscientes de ello, el argumento de nuestra vida?

¿Es imaginable un mundo sin ficción? Definitivamente, no. Somos tan hijos de la carne y de la sangre como de las caperucitas rojas, de las blancanieves, de las madrastras, de los pulgarcitos, de los gatos con botas, pero también de las madames bovarys y de las anas ozores y de los raskolnikofs y de los batlebys, por no hablar de los soprano y de los fraziers, de los seinfelds, o de los doctores houses. Desde que el mundo es mundo, mientras unos amasan el pan que comemos por la mañana, otros urden las historias que devoramos por la noche. Estamos hechos de pan y de novelas. El problema no son, pues, los millones de euros que podría perder la industria, sino las disfunciones que en el cuerpo social provocaría un desplome brusco de la ficción. Imaginen un mundo sin cine, sin novelas, sin cómics, si series de televisión, sin culebrones; sólo realidad a palo seco, o sucedáneos de las fábulas como los que nos sirven los políticos. Ese señor tan raro que se acuesta cuando usted se levanta es guionista. Un respeto.

Juan José Millás, El País, 9 de noviembre de 2007



Pesquisas

Cada tanto (en realidad, muy a menudo) aparecen en los periódicos noticias científicas (o así se presentan) según las cuales acaba de descubrirse esto y lo otro: un avance en el conocimiento de qué somos y qué nos pasa, tal como suele deducirse del triunfalista redactado. Leo, hace un par de días, que un equipo del Instituto Nacional de Diabetes (supongo que de Estados Unidos: la noticia, 5 de agencia, viene fechada en Washington) ha conseguido localizar en el cerebro humano, mediante un escáner perfeccionado capaz de realizar un mapa inédito de la actividad de dicho órgano, las señales del hambre y de la saciedad.

No me pregunten cómo funciona, pero el caso es que parece que el descubrimiento podría ayudarnos a eliminar el hambre: fascinante perspectiva que, aplicada con la ternura habitual con que el ser humano suele comportarse con sus semejantes, permitiría que pueblos enteros murieran de hambre sintiéndose saciados y sin darle el coñazo al Primer Mundo.

No entiendo que quienes dedican tan admirables esfuerzos a estudiarnos la cocorota no se hayan empeñado, todavía, en intentar localizar la zona donde tenemos emplazados la percepción del nacionalismo y el embrión del militarismo. Si a mí me dijeran, por ejemplo, que es en el hipotálamo donde más probabilidades tengo de que se me desarrolle un acusado sentido de excepcionalidad y superioridad respecto a los nacidos de otra tierra, o que es en el tálamo donde nace el impulso de que se me ponga la carne de gallina ante una marcha guerrera... Por decirlo con franqueza, queridos, me hacía yo misma una lobotomía, ahora mismo, con el abrecartas y las tijeras de las uñas, y con una botella de whisky a modo de anestésico.

Pero ahí les tienen. Averiguando cositas para volvernos delgados. En vez de hacer algo para que seamos cuerdos.

Maruja Torres, El País, 15 de abril de 1999



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