“LAS MANOS”
Dos especies de manos se
enfrentan en la vida,
brotan del corazón, irrumpen
por los brazos,
saltan, y desembocan sobre
la luz herida
a golpes, a zarpazos.
La mano es la herramienta
del alma, su mensaje,
y el cuerpo tiene en ella su
rama combatiente.
Alzad, moved las manos en un
gran oleaje,
hombres de mi simiente.
Ante la aurora veo surgir
las manos puras
de los trabajadores
terrestres y marinos,
como una primavera de
alegres dentaduras,
de dedos matutinos.
Endurecidamente pobladas de
sudores,
retumbantes las venas desde
las uñas rotas,
constelan los espacios de
andamios y clamores,
relámpagos y gotas.
Conducen herrerías, azadas y
telares,
muerden metales, montes,
raptan hachas, encinas,
y construyen, si quieren,
hasta en los mismos mares
fábricas, pueblos, minas.
Estas sonoras manos oscuras
y lucientes
las reviste una piel de
invencible corteza,
y son inagotables y
generosas fuentes
de vida y de riqueza.
Como si con los astros el
polvo peleara,
como si los planetas
lucharan con gusanos,
la especie de las manos
trabajadora y clara
lucha con otras manos.
Feroces y reunidas en un
bando sangriento
avanzan al hundirse los
cielos vespertinos
unas manos de hueso lívido y
avariento,
paisaje de asesinos.
No han sonado: no cantan.
Sus dedos vagan roncos,
mudamente aletean, se
ciernen, se propagan.
Ni tejieron la pana, ni
mecieron los troncos,
y blandas de ocio vagan.
Empuñan crucifijos y
acaparan tesoros
que a nadie corresponden
sino a quien los labora,
y sus mudos crepúsculos
absorben los sonoros
caudales de la aurora.
Orgullo de puñales, arma de
bombardeos
con un cáliz, un crimen y un
muerto en cada uña:
ejecutoras pálidas de los
negros deseos
que la avaricia empuña.
¿Quién lavará estas manos
fangosas que se extienden
al agua y la deshonran,
enrojecen y estragan?
Nadie lavará manos que en el
puñal se encienden
y en el amor se apagan.
Las laboriosas manos de los
trabajadores
caerán sobre vosotras con
dientes y cuchillas.
Y las verán cortadas tantos
explotadores
en sus mismas rodillas.
“SENTADO ENTRE LOS MUERTOS”
Sentado sobre los muertos
que se han callado en dos
meses,
beso zapatos vacíos
y empuño rabiosamente
la mano del corazón
y el alma que lo sostiene.
Que mi voz suba a los montes
y baje a la tierra y truene,
eso pide mi garganta
desde ahora y desde siempre.
Acércate a mi clamor,
pueblo de mi misma leche,
árbol que con tus raíces
encarcelado me tienes,
que aquí estoy yo para
amarte
y estoy para defenderte
con la sangre y con la boca
como dos fusiles fieles.
Si yo salí de la tierra,
si yo he nacido de un
vientre
desdichado y con pobreza,
no fue sino para hacerme
ruiseñor de las desdichas,
eco de la mala suerte,
y cantar y repetir
a quien escucharme debe
cuanto a penas, cuanto a
pobres,
cuanto a tierra se refiere.
Ayer amaneció el pueblo
desnudo y sin qué comer,
y el día de hoy amanece
justamente aborrascado
y sangriento justamente.
En su mano los fusiles
leones quieren volverse:
para acabar con las fieras
que lo han sido tantas
veces.
Aunque le faltan las armas,
pueblo de cien mil poderes,
no desfallezcan tus huesos,
castiga a quien te malhiere
mientras que te queden
puños,
uñas, saliva, y te queden
corazón, entrañas, tripas,
cosas de varón y dientes.
Bravo como el viento bravo,
leve como el aire leve,
asesina al que asesina,
aborrece al que aborrece
la paz de tu corazón
y el vientre de tus mujeres.
No te hieran por la espalda,
vive cara a cara y muere
con el pecho ante las balas,
ancho como las paredes.
Canto con la voz de luto,
pueblo de mí, por tus
héroes:
tus ansias como las mías,
tus desventuras que tienen
del mismo metal el llanto,
las penas del mismo temple,
y de la misma madera
tu pensamiento y mi frente,
tu corazón y mi sangre,
tu dolor y mis laureles.
Antemuro de la nada
esta vida me parece.
Aquí estoy para vivir
mientras el alma me suene,
y aquí estoy para morir,
cuando la hora me llegue,
en los veneros del pueblo
desde ahora y desde siempre.
Varios tragos es la vida
y un solo trago es la
muerte.
I
Naciones de la tierra,
patrias del mar, hermanos
del mundo y de la nada:
habitantes perdidos y
lejanos
más que del corazón, de la
mirada.
Aquí tengo una voz
enardecida,
aquí tengo un vida combatida
y airada,
aquí tengo un rumor, aquí
tengo una vida.
Abierto estoy, mirad, como
una herida.
Hundido estoy, mirad, estoy
hundido
en medio de mi pueblo y de
sus males.
Herido voy, herido y
malherido,
sangrando por trincheras y
hospitales.
Hombres, mundos, naciones,
atended, escuchad mi
sangrante sonido,
recoged mis latidos de
quebranto
en vuestros espaciosos
corazones,
porque yo empuño el alma
cuando canto.
Cantando me defiendo
y defiendo mi pueblo cuando
en mi pueblo imprimen
su herradura de pólvora y
estruendo
los bárbaros del crimen.
Esta es su obra, esta:
pasan, arrasan como
torbellinos,
y son ante su cólera funesta
armas los horizontes y
muerte los caminos.
El llanto que por valles y
balcones se vierte,
en las piedras diluvia y en
las piedras trabaja,
y no hay espacio para tanta
muerte,
y no hay madera para tanta
caja.
Caravanas de cuerpos
abatidos.
Todo vendajes, penas y
pañuelos:
todo camillas donde a los
heridos
se les quiebran las fuerzas
y los vuelos.
Sangre, sangre por árboles y
suelos,
sangre por aguas, sangre por
paredes.
y un temor de que España se
desplome
del peso de la sangre que
moja entre sus redes
hasta el pan que se come.
Recoged este viento,
naciones, hombres, mundos,
que parte de las bocas de
conmovido aliento
y de los hospitales
moribundos.
Aplicad las orejas
a mi clamor de pueblo
atropellado,
al ¡ay! de tantas madres, a
las quejas
de tanto ser luciente que el
luto ha devorado.
Los pechos que empujaban y
herían las montañas,
vedlos desfallecidos sin
leche ni hermosura,
y ved las blancas novias y
las negras pestañas
caídas y sumidas en una
siesta oscura.
Aplicad la pasión de las
entrañas
a este pueblo que muere con
un gesto invencible
sembrado por los labios y la
frente,
bajo los implacables
aeroplanos
que arrebatan terrible,
terrible, ignominiosa,
diariamente,
a las madres los hijos de
las manos.
Ciudades de trabajo y de
inocencia,
juventudes que brotan de la
encina,
troncos de bronce, cuerpos
de potencia
yacen precipitados en la
ruina.
Un porvenir de polvo se
avecina,
se avecina un suceso
en que no quedará ninguna
cosa:
ni piedra sobre piedra ni
hueso sobre hueso.
España no es España, que es
una inmensa fosa,
que es un gran cementerio
rojo y bombardeado:
los bárbaros la quieren de
este modo.
Será la tierra un denso
corazón desolado,
si vosotros, naciones,
hombres, mundos,
con mi pueblo del todo
y vuestro pueblo encima del
costado,
no quebráis los colmillos
iracundos.
II
Pero no lo será: que un mar
piafante,
triunfante siempre, siempre
decidido,
hecho para la luz, para la
hazaña,
agita su cabeza de rebelde
diamante,
bate su pie calzado en el
sonido
por todos los cadáveres de
España.
Es una juventud: recoged
este viento.
Su sangre es el cristal que
no se empaña,
su sombrero el laurel y su
pedernal su aliento.
Donde clava la fuerza de sus
dientes
brota un volcán de diáfanas
espadas,
y sus hombros batientes,
y sus talones guían
llamaradas.
Está compuesta de hombres
del trabajo:
de herreros rojos, de albos
albañiles,
de yunteros con rostro de
cosechas.
Oceánicamente transcurren
por debajo
de un fragor de sirenas y
herramientas fabriles
y de gigantes arcos
alumbrados con flechas.
A pesar de la muerte, estos
varones
con metal y relámpagos igual
que los escudos,
hacen retroceder a los
cañones
acobardados, temblorosos,
mudos.
El polvo no los puede y
hacen del polvo fuego,
savia, explosión, verdura
repentina:
con su poder de abril
apasionado
precipitan el alma del
espliego,
el parto de la mina,
el fértil movimiento del
arado.
Ellos harán de cada ruina un
prado,
de cada pena un fruto de
alegría,
de España un firmamento de
hermosura.
Vedlos agigantar el mediodía
y hermosearlo todo con su
joven bravura.
Se merecen la espuma de los
truenos,
se merecen la vida y el olor
del olivo,
los españoles amplios y
serenos
que mueven la mirada como un
pájaro altivo.
Naciones, hombres, mundos,
esto escribo:
la juventud de España saldrá
de las trincheras
de pie, invencible como la
semilla,
pues tiene un alma llena de
banderas
que jamás se somete ni
arrodilla.
Allá van por los yermos de
Castilla
los cuerpos que parecen
potros batalladores,
toros de victorioso
desenlace,
diciéndose en su sangre de
generosas flores
que morir es la cosa más
grande que se hace.
Quedarán en el tiempo
vencedores,
siempre de sol y majestad
cubiertos,
los guerreros de huesos tan
gallardos
que si son muertos son
gallardos muertos:
la juventud que a España
salvará, aunque tuviera
que combatir con un fusil de
nardos
y una espada de cera.
“JORNALEROS”
Jornaleros que habéis
cobrado en plomo
sufrimientos, trabajos y
dineros.
cuerpos de sometido y alto
lomo:
jornaleros.
Españoles que España habéis
ganado
labrándola entre lluvias y
entre soles.
Rabadanes del hambre y del
arado:
españoles.
Esta España que, nunca
satisfecha
de malograr la flor de la cizaña,
de una cosecha pasa a otra
cosecha:
esta España.
Poderoso homenaje a las
encinas,
homenaje del toro y el
coloso,
homenaje de páramos y minas
poderoso.
Esta España que habéis
amamantado
con sudores y empujes de
montañas,
codician los que nunca han
cultivado
esta España.
¿Dejaremos llevar
cobardemente
riquezas que han forjado
nuestros remos?
¿Campos que han humedecido
nuestra frente
dejaremos?
Adelanta, español, una
tormenta
de martillos y hoces, ruge y
canta.
Tu porvenir, tu orgullo, tu
herramienta
adelanta.
Los verdugos, ejemplo de
tiranos,
Hitler y Mussolini, labran
yugos.
Sumid en un retrete de
gusanos
los verdugos.
Ellos, ellos nos traen una
cadena
de cárceles, miserias y
atropellos.
¿Quién España destruye y
desordena?
¡Ellos! ¡Ellos!
Fuera, fuera, ladrones de
naciones,
guardianes de la cúpula
banquera,
chuecas del capital y sus
doblones:
¡fuera! ¡fuera!
Arrojados seréis como basura
de todas partes y de todos
lados.
No habrá para vosotros
sepultura,
arrojados.
La saliva será vuestra
mortaja,
vuestro final la bota
vengativa,
y sólo os dará sombra, paz y
caja
la saliva.
Jornaleros: España, loma a
loma,
es de gañanes, pobres y
braceros.
¡No permitáis que el rico se
la coma,
jornaleros!
“EL SUDOR”
En el mar halla el agua su
paraíso ansiado
y el sudor su horizonte, su
fragor, su plumaje.
El sudor es un árbol
desbordante y salado,
un voraz oleaje.
Llega desde la edad del
mundo más remota
a ofrecer a la tierra su
copa sacudida,
a sustentar la sed y la sal
gota a gota,
a iluminar la vida.
Hijo del movimiento, primo
del sol, hermano
de la lágrima, deja rodando
por las eras,
del abril al octubre, del
invierno al verano,
áureas enredaderas.
Cuando los campesinos van
por la madrugada
a favor de la esteva
removiendo el reposo,
se visten una blusa
silenciosa y dorada
de sudor silencioso.
Vestidura de oro de los
trabajadores,
adorno de las manos como de
las pupilas.
Por la atmósfera esparce sus
fecundos olores
una lluvia de axilas.
El sabor de la tierra se
enriquece y madura:
caen los copos del llanto
laborioso y oliente,
maná de los varones y de la
agricultura,
bebida de mi frente.
Los que no habéis sudado
jamás, los que andáis yertos
en el ocio sin brazos, sin
música, sin poros,
no usaréis la corona de los
poros abiertos
ni el poder de los toros.
Viviréis maloliendo,
moriréis apagados:
la encendida hermosura
reside en los talones
de los cuerpos que mueven
sus miembros trabajados
como constelaciones.
Entregad al trabajo,
compañeros, las frentes:
que el sudor, con su espada
de sabrosos cristales,
con sus lentos diluvios, os
hará transparentes,
venturosos, iguales.
Tened presente el hambre:
recordad su pasado
turbio de capataces que
pagaban en plomo.
Aquel jornal al precio de la
sangre cobrado,
con yugos en el alma, con
golpes en el lomo.
El hambre paseaba sus vacas
exprimidas,
sus mujeres resecas, sus
devoradas ubres,
sus ávidas quijadas, sus
miserables vidas
frente a los comedores y los
cuerpos salubres.
Los años de abundancia, la
saciedad, la hartura
eran sólo de aquellos que se
llamaban amos.
Para que venga el pan justo
a la dentadura
del hambre de los pobres
aquí estoy, aquí estamos.
Nosotros no podemos ser
ellos, los de enfrente,
los que entienden la vida
por un botín sangriento:
como los tiburones,
voracidad y diente,
panteras deseosas de un
mundo siempre hambriento.
Años del hambre han sido
para el pobre sus años.
Sumaban para el otro su
cantidad los panes.
Y el hambre alobadaba sus
rapaces rebaños
de cuervos, de tenazas, de
lobos, de alacranes.
Hambrientamente lucho yo,
con todas mis brechas,
cicatrices y heridas,
señales y recuerdos
del hambre, contra tantas
barrigas satisfechas:
cerdos con un origen peor
que el de los cerdos.
Por haber engordado tan baja
y brutalmente,
más abajo de donde los
cerdos se solazan,
seréis atravesados por esta
gran corriente
de espigas que llamean, de
puños que amenazan.
No habéis querido oír con
orejas abiertas
el llanto de millones de
niños jornaleros.
Ladrabais cuando el hambre
llegaba a vuestras puertas
a pedir con la boca de los
mismos luceros.
En cada casa, un odio como
una higuera fosca,
como un tremante toro con
los cuernos tremantes,
rompe por los tejados, os
cerca y os embosca,
y os destruye a cornadas,
perros agonizantes.
“LAS CÁRCELES”
I
Las cárceles se arrastran
por la humedad del mundo,
van por la tenebrosa vía de
los juzgados:
buscan a un hombre, buscan a
un pueblo, lo persiguen,
lo absorben, se lo tragan.
No se ve, que se escucha la
pena de metal,
el sollozo del hierro que
atropellan y escupen:
el llanto de la espada
puesta sobre los jueces
de cemento fangoso.
Allí, bajo la cárcel, la
fábrica del llanto,
el telar de la lágrima que
no ha de ser estéril,
el casco de los odios y de
las esperanzas,
fabrican, tejen, hunden.
Cuando están las perdices
más roncas y acopladas,
y el azul amoroso de las
fuerzas expansivas,
un hombre hace memoria de la
luz, de la tierra,
húmedamente negro.
Se da contra las piedras la libertad,
el día,
el paso galopante de un
hombre, la cabeza,
la boca con espuma, con
decisión de espuma,
la libertad, un hombre.
Un hombre que cosecha y
arroja todo el viento
desde su corazón donde crece
un plumaje:
un hombre que es el mismo
dentro de cada frío,
de cada calabozo.
Un hombre que ha soñado con
las aguas del mar,
y destroza sus alas como un
rayo amarrado,
y estremece las rejas, y se
clava los dientes
en los dientes del trueno.
II
Aquí no se pelea por un buey
desmayado,
sino por un caballo que ve
pudrir sus crines,
y siente sus galopes debajo
de los cascos
pudrirse airadamente.
Limpiad el salivazo que
lleva en la mejilla,
y desencadenad el corazón
del mundo,
y detened las fauces de las
voraces cárceles
donde el sol retrocede.
La libertad se pudre
desplumada en la lengua
de quienes son sus siervos
más que sus poseedores.
Romped esas cadenas, y las
otras que escucho
detrás de esos esclavos.
Esos que sólo buscan
abandonar su cárcel,
su rincón, su cadena, no la
de los demás.
Y en cuanto lo consiguen,
descienden pluma a pluma,
enmohecen, se arrastran.
Son los encadenados por
siempre desde siempre.
Ser libre es una cosa que
sólo un hombre sabe:
sólo el hombre que advierto
dentro de esa mazmorra
como si yo estuviera.
Cierra las puertas, echa la
aldaba, carcelero.
Ata duro a ese hombre: no le
atarás el alma.
Son muchas llaves, muchos
cerrojos, injusticias:
no le atarás el alma.
Cadenas, sí: cadenas de
sangre necesita.
Hierros venenosos, cálidos,
sanguíneos eslabones,
nudos que no rechacen a los
nudos siguientes
humanamente atados.
Un hombre aguarda dentro de
un pozo sin remedio,
tenso, conmocionado, con la
oreja aplicada.
Porque un pueblo ha gritado,
¡libertad!, vuela el cielo.
Y las cárceles vuelan.
“ME LLAMO BARRO”
Me llamo barro aunque Miguel
me llame.
Barro es mi profesión y mi
destino
que mancha con su lengua
cuanto lame.
Soy un triste instrumento
del camino.
Soy una lengua dulcemente
infame
a los pies que idolatro
desplegada.
Como un nocturno buey de
agua y barbecho
que quiere ser criatura
idolatrada,
embisto a tus zapatos y a
sus alrededores,
y hecho de alfombras y de
besos hecho
tu talón que me injuria beso
y siembro de flores.
Coloco relicarios de mi
especie
a tu talón mordiente, a tu
pisada,
y siempre a tu pisada me
adelanto
para que tu impasible pie
desprecie
todo el amor que hacia tu
pie levanto.
Más mojado que el rostro de
mi llanto,
cuando el vidrio lanar del
hielo bala,
cuando el invierno tu
ventana cierra
bajo a tus pies un gavilán
de ala,
de ala manchada y corazón de
tierra.
Bajo a tus pies un ramo
derretido
de humilde miel pataleada y
sola,
un despreciado corazón caído
en forma de alga y en figura
de ola.
Barro en vano me invisto de
amapola,
barro en vano vertiendo voy
mis brazos,
barro en vano te muerdo los
talones,
dándote a malheridos
aletazos
sapos como convulsos
corazones.
Apenas si me pisas, si me
pones
la imagen de tu huella sobre
encima,
se despedaza y rompe la
armadura
de arrope bipartido que me
ciñe la boca
en carne viva y pura,
pidiéndote a pedazos que la
oprima
siempre tu pie de liebre
libre y loca.
Su taciturna nata se
arracima,
los sollozos agitan su
arboleda
de lana cerebral bajo tu
paso.
Y pasas, y se queda
incendiando su cera de
invierno ante el ocaso,
mártir, alhaja y pasto de la
rueda.
Harto de someterse a los
puñales
circulantes del carro y la
pezuña,
teme del barro un parto de
animales
de corrosiva piel y
vengativa uña.
Teme que el barro crezca en
un momento,
teme que crezca y suba y
cubra tierna,
tierna y celosamente
tu tobillo de junco, mi
tormento,
teme que inunde el nardo de
tu pierna
y crezca más y ascienda
hasta tu frente.
Teme que se levante
huracanado
del blando territorio del
invierno
y estalle y truene y caiga
diluviado
sobre tu sangre duramente
tierno.
Teme un asalto de ofendida
espuma
y teme un amoroso
cataclismo.
Antes que la sequía lo
consuma
el barro ha de volverte de
lo mismo.
“ALBA DE HACHAS”
Amanecen las hachas en
bandadas
como ganaderías voladoras
de laboriosas grullas
combatientes.
Las alas son relámpagos
cuajados,
las plumas, puños, muertes
las canciones,
el aire en que se apoyan
para el vuelo
brazos que gesticulan como
rayos.
Amanecen las hachas
destruyendo y cantando.
Se cubren las cabezas de
peligros
y amenazas mortales:
temen los asesinos que
preservan cañones,
los órganos se callan a
torrentes
y Dios desaparece del
Sagrario
envuelto en telarañas
seculares.
Vuela un presentimiento de
heridas sobre todos,
llega una tempestad
atronadora
de ceños como yugos
peligrosos,
se aproximan miradas
catastróficas,
pies desbocados, manos
encrespadas,
hachas amanecidas goteando
relente.
Vienen talando, golpeando,
ansiando
asustan corazones de rapiña,
ahuyentan cuervos de podrido
vuelo,
y el ruido de sus bruscos
aletazos
hace palidecer al mismo oro.
Donde posan su vuelo
revientan sangre y savia
como densas bebidas
animales,
donde canta su ira alza el
espanto
su cabello de pronto
encanecido,
donde sus picotazos se
encarnizan
se apagan corazones como
brasas echadas en un pozo,
donde su dentadura dura
muerde
hay grandes cataclismos de
todas las especies.
Ferozmente risueñas, entre
manos
igual que remolachas
iracundas,
voces de un solo hachazo,
truenos de un seco y único
bramido
y relámpagos de hojas
repentinas,
talan las hachas bosques y
conventos,
tumban las hachas troncos y
palacios
que tienen por entrañas
carcoma y yesca estéril,
y caen brazos y ramas
confundidos,
nidadas, sombras, pomas y
cabezas
en un derrumbamiento
babilónico.
Amanecen las hachas
crispadas, vengativas.
Sacuden las serpientes su
látigo asustado
de su expresión mortal de
rayo rudo.
Con nuestra catadura de
hachas nuevas,
¡a las aladas hachas,
compañeros,
sobre los viejos troncos
carcomidos!
Que nos teman, que se echen
al cuello las raíces
y se ahorquen, que vamos,
que venimos,
jornaleros del árbol,
leñadores.
Entre todos vosotros, con
Vicente Aleixandre
y con Pablo Neruda tomo
silla en la tierra:
tal vez porque he sentido su
corazón cercano
cerca de mí, casi rozando el
mío.
Con ellos me he sentido más
arraigado y hondo,
y además menos solo. Ya
vosotros sabéis
lo solo que yo voy, por qué
voy yo tan solo.
Andando voy, tan solos yo y
mi sombra.
Alberti, Altolaguirre,
Cernuda, Prados, Garfias,
Machado, Juan Ramón, León
Felipe, Aparicio,
Oliver, Plaja, hablemos de
aquello a que aspiramos:
por lo que enloquecemos
lentamente.
Hablemos del trabajo, del
amor sobre todo,
donde la telaraña y el
alacrán no habitan.
Hoy quiero abandonarme
tratando con vosotros
de la buena semilla de la
tierra.
Dejemos el museo, la
biblioteca, el aula
sin emoción, sin tierra,
glacial, para otro tiempo.
Ya sé que en esos sitios
tiritará mañana
mi corazón helado en varios
tomos.
Quitémonos el pavo real y
suficiente,
la palabra con toga, la
pantera de acechos.
Vamos a hablar del día, de
la emoción del día.
Abandonemos la solemnidad.
Así: sin esa barba postiza,
ni esa cita
que la insolencia pone bajo
nuestra nariz,
hablaremos unidos,
comprendidos, sentados,
de las cosas del mundo
frente al hombre.
Así descenderemos de nuestro
pedestal,
de nuestra pobre estatua. Y
a cantar entraremos
a una bodega, a un pecho, o
al fondo de la tierra,
sin el brillo del lente
polvoriento.
Ahí está Federico:
sentémonos al pie
de su herida, debajo del
chorro asesinado,
que quiero contener como si
fuera mío,
y salta, y no se acalla
entre las fuentes.
Siempre fuimos nosotros
sembradores de sangre.
Por eso nos sentimos
semejantes del trigo.
No reposamos nunca, y eso es
lo que hace el sol,
y la familia del enamorado.
Siendo de esa familia, somos
la sal del aire.
Tan sensibles al clima como
la misma sal,
una racha de otoño nos deja
moribundos
sobre la huella de los
sepultados.
Eso sí: somos algo. Nuestros
cinco sentidos
en todo arraigan, piden
posesión y locura.
Agredimos al tiempo con la
feliz cigarra,
con el terrestre sueño que
alentamos.
Hablemos, Federico, Vicente,
Pablo, Antonio,
Luis, Juan Ramón, Emilio,
Manolo, Rafael,
Arturo, Pedro, Juan, Antonio,
León Felipe.
Hablemos sobre el vino y la
cosecha.
Si queréis, nadaremos antes
en esa alberca,
en ese mar que anhela
transparentar los cuerpos.
Veré si hablamos luego con
la verdad del agua,
que aclara el labio de los
que han mentido.
“SINO SANGRIENTO”
De sangre en sangre vengo,
como el mar de ola en ola,
de color de amapola el alma
tengo,
de amapola sin suerte es mi
destino,
y llego de amapola en
amapola
a dar en la cornada de mi
sino.
Criatura hubo que vino
desde la sementera de la
nada,
y vino más de una
bajo el designio de una
estrella airada
en una turbulenta y mala
luna.
Cayó una pincelada
de ensangrentado pie sobre
mi herida,
cayó un planeta de azafrán
en celo,
cayó una nube roja
enfurecida,
cayó un mar malherido, cayó
un cielo.
Vine con un dolor de
cuchillada,
me esperaba un cuchillo en
mi venida,
me dieron a mamar leche de
tuera,
zumo de espada loca y
homicida,
y al sol el ojo abrí por vez
primera
y lo que vi primero era una
herida
y una desgracia era.
Me persigue la sangre ávida
y fiera,
desde que fui fundado,
y aun antes de que fuera
proferido, empujado
por mi madre a esta tierra
codiciosa
que de los pies me tira y
del costado,
y cada vez más fuerte, hacia
la fosa.
Lucho contra la sangre, me
debato
contra tanto zarpazo y tanta
vena,
y cada cuerpo que tropiezo y
trato
es otro borbotón de sangre,
otra cadena.
Aunque leves los dardos de
la pena
aumentan las insignias de mi
pecho:
en él se dio el amor a la
labranza,
y mi alma de barbecho
hondamente ha surcado
de heridas sin remedio mi
esperanza
por las ansias de muerte de
su arado.
Todas las herramientas en mi
acecho:
el hacha me ha dejado
recónditas señales,
las piedras, los deseos y
los días
cavaron en mi cuerpo
manantiales
que sólo se tragaron las
arenas
y las melancolías.
Son cada vez más grandes las
cadenas,
son cada vez más grandes las
serpientes,
más grandes y más cruel su
poderío,
más grandes sus anillos
envolventes,
más grande el corazón, más
grande el mío.
En su alcoba poblada de
vacío
donde sólo concurren las
visitas,
el picotazo y el color de un
cuervo,
un manojo de cartas y
pasiones escritas,
un puñado de sangre y una
muerte conservo.
¡Ay sangre fulminante,
ay trepadora púrpura rugiente,
sentencia a todas horas
resonante
bajo el yunque sufrido de mi
frente!
La sangre me ha parido y me
ha hecho preso,
la sangre me reduce y me
agiganta,
un edificio soy de sangre y
yeso
que se derriba él mismo y se
levanta
sobre andamios de huesos.
Un albañil de sangre, muerto
y rojo,
llueve y cuelga su blusa
cada día
en los alrededores de mi
ojo,
y cada noche con el alma mía
y hasta con las pestañas lo
recojo.
Crece la sangre, agranda
la expansión de sus frondas
en mi pecho
que álamo desbordante se
desmanda
y en varios torvos ríos cae
deshecho.
Me veo de repente
envuelto en sus coléricos
raudales,
y nado contra todos
desesperadamente
como contra un fatal
torrente de puñales.
Me arrastra encarnizada su
corriente,
me despedaza, me hunde, me
atropella,
quiero apartarme de ella a
manotazos,
y se me van los brazos
detrás de ella,
y se me van las ansias en
los brazos.
Me dejaré arrastrar hecho
pedazos,
ya que así se lo ordenan a
mi vida
la sangre y su marea,
los cuerpos y mi estrella
ensangrentada.
Seré una sola y dilatada
herida
hasta que dilatadamente sea
un cadáver de espuma: viento
y nada.
“MI SANGRE ES UN CAMINO”
Me empuja a martillazos y a
mordiscos,
me tira con bramidos y
cordeles
del corazón, del pie, de los
orígines,
me clava en la garganta
garfios dulces,
erizo entre mis dedos y mis
ojos,
enloquece mis uñas y mis
párpados,
redea mis palabras y mi
alcoba
de hornos y herrerías,
la dirección altera de mi
lengua,
y sembrando de cera su camino
hace que caiga torpe y
derretida.
Mujer, mira una sangre,
mira una blusa de azafrán en
celo,
mira un capote líquido
ciñéndose a mis huesos
como descomunales serpientes
que me oprimen
acarreando angustia por mis
venas.
Mira una fuente alzada de amorosos
collares
y cencerros de voz
atribulada
temblando de impaciencia por
ocupar tu cuello,
un dictamen feroz, una
sentencia,
una exigencia, una dolencia,
un río
que por manifestarse se da
contra las piedras,
y penden para siempre de mis
relicarios de carne
desgarrada.
Mírala con sus chivos y sus
toros suicidas
corneando cabestros y
montañas,
rompiéndose los cuernos a
topazos,
mordiéndose de rabia las
orejas,
buscándose la merte de la
frente a la cola.
Menejando mi sangre
enarbolando
revoluciones de carbón y
yodo
agrupado hasta hacerse
corazón,
herramientas de muerte,
rayos, hachas,
y barrancos de espuma sin
apoyo,
ando pidiendo un cuerpo que
manchar.
Hazte cargo, hazte cargo
de una ganadería de
alacranes
tan rencorosamente
enamorados,
de un castigo infinito que
me parío y me agobia
como un jornal cobrado en
triste plomo.
La puerta de mi sangre está
en la esquina
del hacha y de la piedra,
pero en ti está la entrada
irremediable.
Necesito extender este
imperioso reino,
prolongar a mis padres hasta
la eternidad,
y tiendo hacia ti un puente
en arqueados corazones
que ya se corrompieron y que
aún laten.
No me pongas obstáculos que
tengo que salvar,
no me siembres de cárceles,
no bastan cerraduras ni
cementos,
no, a encadenar mi sangre de
alquitrán inflamado
capaz de despertar calentura
en la nieve.
¡Ay qué ganas de amarte
contra un árbol,
ay qué afán de trillarte en
una era,
ay qué dolor de verte por la
espalda
y no verte la espalda contra
el mundo!
Mi sangre es un camino ante
el crepúsculo
de apasionado barro y
charcos vaporosos
que tiene que acabar en tus
entrañas,
un depósito mágico de
anillos
que ajustar a tu sangre,
un sembrado de lunas
eclipsadas
que han de aumentar sus
calabazas íntimas,
ahogadas en un vino con
canas en los labios,
al pie de tu cintura al fin
sonora.
Guárdame de sus sombras que
graznan fatalmente
girando en torno mío a
picotazos,
girasoles de cuervos
borrascosos.
No me consientas ir de
sangre en sangre
como una bala loca,
no me dejes tronar solo y
tendido.
Pólvora venenosa propagada,
ornado por los ojos de
tristes pirotecnias,
panal horriblemente
acribillado
con un mínimo rayo doliendo
en cada poro,
gremio fosforescente de
acechantes tarántulas
no me consientas ser.
Atiende, atiende
a mi desesperado sonreír,
donde muerdo la hiel por sus
raíces
por las lluvias penas
recorrido.
Recibe esta fortuna sedienta
de tu boca
que para ti heredé de tanto
padre.
Patio de vecindad que nadie
alquila
igual que un pueblo de
panales secos;
pintadas de recuerdos y
leche las paredes
a mi ventana emiten
silencios y anteojos.
Aquí entro: aquí anduvo la
muerte mi vecina
sesteando a la sombra de los
sepultureros,
lamida por la lengua de un
perro guarda-lápidas;
aquí, muy preservados del
relente y las penas,
porfiaron los muertos con
los muertos
rivalizando en huesos como
en mármoles.
Oigo una voz de rostro
desmayado,
unos cuervos que informan mi
corazón de luto
haciéndome tragar húmedas
ranas,
echándome a la cara los
tornasoles trémulos
que devuelve en su espejo la
inquietud.
¿Qué queda en este campo
secuestrado,
en estas minas de carbón y
plomo,
de tantos enterrados por
riguroso orden?
No hay nada sino un monte de
riqueza explotado.
Los enterrados con bastón y
mitra,
los altos personajes de la
muerte,
las niñas que expiraron de
sed por la entrepierna
donde jamás tuvieron un
arado y dos bueyes,
los duros picadores pródigos
de sus músculos
muertos con las heridas
rodeadas de cuernos:
todos los destetados del
aire y el amor
de un polvo huésped ahora se
amamantan.
¿Y para quién están los
tercos epitafios,
las alabanzas más sañudas,
formuladas a fuerza de
cincel y mentiras,
atacando el silencio natural
de las piedras,
todas con menoscabos y
agujeros
de ser ramoneadas con hambre
y con constancia
por una amante oveja de dos
labios?
¿Y este espolón constituido
en gallo
irá a una sombra malgastada
en mármol y ladrillo?
¿No cumplirá mi sangre su
misión: ser estiércol?
¿Oiré cómo murmuran de mis
huesos,
me mirarán con esa mirada de
tinaja vacía
que da la muerte a todo el
que la trata?
¿Me asaltarán espectros en
forma de coronas,
funerarios nacidos del
pecado
de un cirio y una caja
boquiabierta?
Yo no quiero agregar pechuga
al polvo:
me niego a su destino: ser
echado a un rincón.
Prefiero que me coman los
lobos y los perros,
que mis huesos actúen como
estacas
para atar cerdos o picar
espartos.
El polvo es paz que llega
con su bandera blanca
sobre los ataúdes y las
cosas caídas,
pero bajo los pliegues un
colmillo
de rabioso marfil
contaminado
nos sigue a todas partes,
nos vigila,
y apenas nos paramos nos
inciensa de siglos,
nos reduce a cornisas y a
santos arrumbados.
Y es que el polvo no es
tierra.
La tierra es un amor
dispuesto a ser un hoyo,
dispuesto a ser un árbol, un
volcán y una fuente.
Mi cuerpo pide el hoyo que
promete la tierra,
el hoyo desde el cual daré
mis privilegios de león y nitrato
a todas las raíces que me
tiendan sus trenzas.
Guárdate de que el polvo
coloque dulcemente
su secular paloma en tu
cabeza,
de que incube sus huevos en
tus labios,
de que anide cayéndose en
tus ojos,
de que habite tranquilo en
tu vestido,
de aceptar sus herencias de
notarías y templos.
Úsate en contra suya,
defiéndete de su callado
ataque,
asústalo con besos y
caricias,
ahuyéntalo con saltos y
canciones,
mátalo rociándolo de vino,
amor y sangre.
En esta gran bodega donde
fermenta el polvo,
donde es inútil injerir
sonrisas,
pido ser cuando quieto lo
que no soy movido:
un vegetal sin ojos ni
problemas,
cuajar, cuajar en algo más
que en polvo,
como el sueño en estatua
derribada;
que mis zapatos últimos
demuestren ser cortezas,
que se produzcan cuarzos de
mi encantada boca,
que se apoyen en mí
sembrados y viñedos,
que me dediquen mosto las
cepas por su origen.
Aquel barbecho lleno de
inagotables besos,
aquella cuesta de uvas
quiero tener encima
cuando descanse al fin de
esta faena
de dar conversaciones,
abrazos y pesares,
de cultivar cabellos,
arrugas y esperanzas
y de sentir un yunque sobre
cada deseo.
No quiero que me entierren
donde me han de enterrar.
Haré un hoyo en el campo y
esperaré a que venga
la muerte en dirección a mi
garganta
con un cuerno, un tintero,
un monaguillo
y un collar de cencerros
castrados en la lengua,
para echarme puñados de mi
especie.
“ROSARIO, DINAMITERA”
Rosario, dinamitera,
sobre tu mano bonita
celaba la dinamita
sus atributos de fiera.
Nadie al mirarla creyera
que había en su corazón
una desesperación
de cristales, de metralla
ansiosa de una batalla,
sedienta de una explosión.
Era tu mano derecha,
capaz de fundir leones,
la flor de las municiones
y el anhelo de la mecha.
Rosario, buena cosecha,
alta como un campanario,
sembrabas al adversario
de dinamita furiosa
y era tu mano una rosa
enfurecida, Rosario.
Buitrago ha sido testigo
de la condición de rayo
de las hazañas que callo
y de la mano que digo.
¡Bien conoció el enemigo
la mano de esta doncella,
que hoy no es mano porque de
ella,
que ni un solo dedo agita,
se prendó la dinamita
y la convirtió en estrella!
Rosario, dinamitera,
puedes ser varón y eres
la nata de las mujeres,
la espuma de la trinchera.
Digna como una bandera
de triunfos y resplandores,
dinamiteros pastores,
vedla agitando su aliento
y dad las bombas al viento
del alma de los traidores.
“ELEGÍA SEGUNDA” (A Pablo de la Torriente, comisario político)
"Me quedaré en España,
compañero",
me dijiste con gesto
enamorado.
Y al fin sin tu edificio
trotante de guerrero
en la hierba de España te
has quedado.
Nadie llora a tu lado:
desde el soldado al duro
comandante,
todos te ven, te cercan y te
atienden
con ojos de granito
amenazante,
con cejas incendiadas que
todo el cielo encienden.
Valentín el volcán, que si
llora algún día
será con unas lágrimas de
hierro,
se viste emocionado de
alegría
para robustecer el río de tu
entierro.
Como el yunque que pierde su
martillo,
Manuel Moral se calla
colérico y sencillo.
Y hay muchos capitanes y
muchos comisarios
quitándote pedazos de
metralla,
poniéndote trofeos
funerarios.
Ya no hablarás de vivos y de
muertos,
ya disfrutas la muerte del
héroe, ya la vida
que no te verá en las calles
ni en los puertos
pasar como una ráfaga
garrida.
Pablo de la Torriente,
has quedado en España
y en mi alma caído:
nunca se pondrá el sol sobre
tu frente,
heredará tu altura la
montaña
y tu valor el toro del
bramido.
De una forma vestida de
preclara
has perdido las plumas y los
besos,
con el sol español puesto en
la cara
y el de Cuba en los huesos.
Pasad ante el cubano
generoso,
hombres de su Brigada,
con el fusil furioso,
las botas iracundas y la
mano crispada.
Miradlo sonriendo a los
terrones
y exigiendo venganza bajo
sus dientes mudos
a nuestros más floridos
batallones
y a sus varones como rayos
rudos.
Ante Pablo los días se
abstienen ya y no andan.
No temáis que se extinga su
sangre sin objeto,
porque éste es de los
muertos que crecen y se agrandan
aunque el tiempo devaste su
gigante esqueleto.
“LOS COBARDES”
Hombres veo que de hombres
sólo tienen, sólo gastan
el parecer y el cigarro,
el pantalón y la barba.
En el corazón son liebres,
gallinas en las entrañas,
galgos de rápido vientre,
que en épocas de paz ladran
y en épocas de cañones
desaparecen del mapa.
Estos hombres, estas
liebres,
comisarios de la alarma,
cuando escuchan a cien
leguas
el estruendo de las balas,
con singular heroísmo
a la carrera se lanzan,
se les alborota el ano,
el pelo se les espanta.
Valientemente se esconden,
gallardamente se escapan
del campo de los peligros
estas fugitivas cacas,
que me duelen hace tiempo
en los cojones del alma.
¿Dónde iréis que no vayáis
a la muerte, liebres
pálidas,
podencos de poca fe
y de demasiadas patas?
¿No os avergüenza mirar
en tanto lugar de España
a tanta mujer serena
bajo tantas amenazas?
Un tiro por cada diente
vuestra existencia reclama,
cobardes de piel cobarde
y de corazón de caña.
Tembláis como poseídos
de todo un siglo de escarcha
y vais del sol a la sombra
llenos de desconfianza.
Halláis los sótanos poco
defendidos por las casas.
Vuestro miedo exige al mundo
batallones de murallas,
barreras de plomo a orillas
de precipicios y zanjas
para vuestra pobre vida,
mezquina de sangre y ansias.
No os basta estar defendidos
por lluvias de sangre
hidalga,
que no cesa de caer,
generosamente cálida,
un día tras otro día
a la gleba castellana.
No sentís el llamamiento
de las vidas derramadas.
Para salvar vuestra piel
las madrigueras no os
bastan,
no os bastan los agujeros,
ni los retretes, ni nada.
Huís y huís, dando al
pueblo,
mientras bebéis la
distancia,
motivos para mataros
por las corridas espaldas.
Solos se quedan los hombres
al calor de las batallas,
y vosotros, lejos de ellas,
queréis ocultar la infamia,
pero el color de cobardes
no se os irá de la cara.
Ocupad los tristes puestos
de la triste telaraña.
Sustituid a la escoba,
y barred con vuestras nalgas
la mierda que vais dejando
donde colocáis la planta.
“CENICIENTO MUSSOLINI”
Ven a Guadalajara, dictador
de cadenas,
carcelaria mandíbula de
canto:
verás la retiradas miedosa
de tu hienas,
verás el apogeo del espanto.
Rumorosa provincia de
colmenas,
la patria del panal
estremecido,
la dulce Alcarria, amarga
como el llanto,
amarga te ha sabido.
Ven y verás, mortífero
bandido,
ruedas de tus cañones,
banderas de tu ejército,
carne de tus soldados,
huesos de tus legiones,
trajes y corazones
destrozados.
Una extensión de muertos
humeantes:
muertos que humean ante la
colina,
muertos bajo la nieve,
muertos sobre los páramos
gigantes,
muertos junto a la encina,
muertos dentro del agua que
les llueve.
Sangre que no se mueve
de convertida en hielo.
Vuela sin pluma un ala
numerosa,
rojo y audaz, que abarca
todo el cielo
y abre a cada italiano la
explosión de una fosa.
Un titánico vuelo
de aeroplanos de España
te vence, te tritura,
ansiosa telaraña,
con su majestuosa dentadura.
Ven y verás sobre la gleba
oscura
alzarse como un fósforo
glorioso,
sobreponerse al hambre,
levantarse del barro,
desprenderse del barro con
emoción y brío
vívidas esculturas sin
reposo,
españoles del bronce más
bizarro,
con el cabello blanco de
rocío.
Los verás rebelarse contra
el frío,
de no beber la boca
dilatada,
mas vencida la sed con la
sonrisa:
de no dormir extensa la
mirada,
y destrozada a tiros la
camisa.
Manda plomo y acero
en grandes emisiones
combativas,
con esa voluntad de
carnicero
digna de que la entierren
las más sucias salivas.
Agota las riquezas
italianas,
la cantidad preciosa de sus
seres,
deja exhaustas sus minas,
sin nadie sus ventanas,
desiertos sus arados y mudos
sus talleres.
Enviuda y desangra sus
mujeres:
nada podrás contra este
pueblo mío,
tan sólido y tan alto de
cabeza,
que hasta sobre la muerte
mueve su poderío,
que hasta del junco saca
fortaleza.
Pueblo de Italia, un hombre
te destroza:
repudia su dictamen con un
gesto infinito.
Sangre unánime viertes que
ni roza,
ni da en su corazón de
teatro y granito.
Tus muertos callan
clamorosamente
y te indican un grito
liberador, valiente.
Dictador de patíbulos,
morirás bajo el diente
de tu pueblo y de miles.
Ya tus mismos cañones van
contra tus soldados,
y alargan hacia ti su hierro
los fusiles
que contra España tienes
vomitados.
Tus muertos a escupirnos se
levanten:
a escupirnos el alma se
levanten los nuestros
de no lograr que nuestros
vivos canten
la destrucción de tantos
eslabones siniestros.
Moriré como el pájaro:
cantando,
penetrado de pluma y
entereza,
sobre la duradera claridad
de las cosas.
Cantando ha de cogerme el
hoyo blando,
tendida el alma, vuelta la
cabeza
hacia las hermosuras más
hermosas.
Una mujer que es una estepa
sola
habitada de aceros y
criaturas,
sube de espuma y atraviesa
de ola
por este municipio de
hermosuras.
Dan ganas de besar los pies
y la sonrisa
a esta herida española,
y aquel gesto que lleva de
nación enlutada,
y aquella tierra que de
pronto pisa
como si contuviera la tierra
en la pisada.
Fuego la enciende, fuego la
alimenta:
fuego que crece, quema y
apasiona
desde el almendro en flor de
su osamenta.
A sus pies, la ceniza más
helada se encona.
Vasca de generosos
yacimientos:
encina, piedra, vida, hierba
noble,
naciste para dar dirección a
los vientos,
naciste para ser esposa de
algún roble.
Sólo los montes pueden
sostenerte
grabada estás en tronco
sensitivo,
esculpida en el sol de los
viñedos.
El minero descubre por oírte
y por verte
las sordas galerías del
mineral cautivo,
y a través de la tierra les
lleva hasta tus dedos.
Tus dedos y tus uñas fulgen
como carbones,
amenazando fuego hasta a los
astros
porque en mitad de la
palabra pones
una sangre que deja fósforo
entre sus rastros.
Claman tus brazos que hacen
hasta espuma
al chocar contra el viento:
se desbordan tu pecho y tus
arterias
porque tanta maleza se
consuma,
porque tanto tormento,
porque tantas miserias.
Los herreros te cantan al
son de la herrería,
Pasionaria el pastor escribe
en la cayada
y el pescador a besos te
dibuja en las velas.
Oscuro el mediodía,
la mujer redimida y
agrandada,
naufragadas y heridas las
gacelas
se reconocen al fulgor que
envía
tu voz incandescente,
manantial de candelas.
Quemando con el fuego de la cal
abrasada,
hablando con la boca de los
pozos mineros,
mujer, España, madre en
infinito,
eres capaz de producir
luceros,
eres capaz de arder de un
solo grito.
Pierden maldad y sombra
tigres y carceleros.
Por tu voz habla España la
de las cordilleras,
la de los brazos pobres y
explotados,
crecen los héroes llenos de
palmeras
y mueren saludándote pilotos
y soldados.
Oyéndore batir como cubierta
de meridianos, yunques y
cigarras,
el varón español sale a su
puerta
a sufrir recorriendo
llanuras de guitarras.
Ardiendo quedarás enardecida
sobre el arco nublado del
olvido,
sobre el tiempo que teme
sobrepasar tu vida
y toca como un ciego, bajo
un puente
de ceño envejecido,
un violín lastimado e
impotente.
Tu cincelada fuerza lucirá
eternamente,
fogosamente plena de
destellos.
Y aquel que de la cárcel fue
mordido
terminará su llanto en tus
cabellos.
“PASIONARIA”
Moriré como el pájaro:
cantando,
penetrado de pluma y
entereza,
sobre la duradera claridad
de las cosas.
Cantando ha de cogerme el
hoyo blando,
tendida el alma, vuelta la
cabeza
hacia las hermosuras más
hermosas.
Una mujer que es una estepa
sola
habitada de aceros y
criaturas,
sube de espuma y atraviesa
de ola
por este municipio de
hermosuras.
Dan ganas de besar los pies
y la sonrisa
a esta herida española,
y aquel gesto que lleva de
nación enlutada,
y aquella tierra que de
pronto pisa
como si contuviera la tierra
en la pisada.
Fuego la enciende, fuego la
alimenta:
fuego que crece, quema y
apasiona
desde el almendro en flor de
su osamenta.
A sus pies, la ceniza más
helada se encona.
Vasca de generosos
yacimientos:
encina, piedra, vida, hierba
noble,
naciste para dar dirección a
los vientos,
naciste para ser esposa de
algún roble.
Sólo los montes pueden
sostenerte,
grabada estás en tronco
sensitivo,
esculpida en el sol de los
viñedos.
El minero descubre por oírte
y por verte
las sordas galerías del
mineral cautivo,
y a través de la tierra les
lleva hasta tus dedos.
Tus dedos y tus uñas fulgen
como carbones,
amenazando fuego hasta a los
astros
porque en mitad de la
palabra pones
una sangre que deja fósforo
entre sus rastros.
Claman tus brazos que hacen
hasta espuma
al chocar contra el viento:
se desbordan tu pecho y tus
arterias
porque tanta maleza se
consuma,
porque tanto tormento,
porque tantas miserias.
Los herreros te cantan al
son de la herrería,
Pasionaria el pastor escribe
en la cayada
y el pescador a besos te
dibuja en las velas.
Oscuro el mediodía,
la mujer redimida y
agrandada,
naufragadas y heridas las
gacelas
se reconocen al fulgor que
envía
tu voz incandescente,
manantial de candelas.
Quemando con el fuego de la cal
abrasada,
hablando con la boca de los
pozos mineros,
mujer, España, madre en
infinito,
eres capaz de producir
luceros,
eres capaz de arder de un
solo grito.
Pierden maldad y sombra
tigres y carceleros.
Por tu voz habla España la
de las cordilleras,
la de los brazos pobres y
explotados,
crecen los héroes llenos de
palmeras
y mueren saludándote pilotos
y soldados.
Oyéndote batir como cubierta
de meridianos, yunques y
cigarras,
el varón español sale a su
puerta
a sufrir recorriendo
llanuras de guitarras.
Ardiendo quedarás enardecida
sobre el arco nublado del
olvido,
sobre el tiempo que teme
sobrepasar tu vida
y toca como un ciego, bajo
un puente
de ceño envejecido,
un violín lastimado e
impotente.
Tu cincelada fuerza lucirá
eternamente,
fogosamente plena de
destellos.
Y aquel que de la cárcel fue
mordido
terminará su llanto en tus
cabellos.
Abrazado a tu cuerpo como el
tronco a su tierra,
con todas las raíces y todos
los corajes,
¿quién me separará, me
arrancará de ti,
madre?
Abrazado a tu vientre,
¿quién me lo quitará,
si su fondo titánico da
principio a mi carne?
Abrazado a tu vientre, que
es mi perpetua casa,
¡nadie!
Madre: abismo de siempre,
tierra de siempre: entrañas
donde desembocando se unen
todas las sangres:
donde todos los huesos
caídos se levantan:
madre.
Decir madre es decir tierra
que me ha parido;
es decir a los muertos:
hermanos, levantarse;
es sentir en la boca y
escuchar bajo el suelo
sangre.
La otra madre es un puente,
nada más, de tus ríos.
El otro pecho es una burbuja
de tus mares.
Tú eres la madre entera con
todo su infinito,
madre.
Tierra: tierra en la boca, y
en el alma, y en todo.
Tierra que voy comiendo, que
al fin ha de tragarme.
Con más fuerza que antes,
volverás a parirme,
madre.
Cuando sobre tu cuerpo sea
una leve huella,
volverás a parirme con más
fuerza que antes.
Cuando un hijo es un hijo,
vive y muere gritando:
¡madre!
Hermanos: defendamos su
vientre acometido,
hacia donde los grajos
crecen de todas partes,
pues, para que las malas
alas vuelen, aún quedan
aires.
Echad a las orillas de
vuestro corazón
el sentimiento en límites,
los efectos parciales.
Son pequeñas historias al
lado de ella, siempre
grande.
Una fotografía y un pedazo
de tierra,
una carta y un monte son a
veces iguales.
Hoy eres tú la hierba que
crece sobre todo,
madre.
Familia de esta tierra que
nos funde en la luz,
los más oscuros muertos
pugnan por levantarse,
fundirse con nosotros y
salvar la primera
madre.
España, piedra estoica que
se abrió en dos pedazos
de dolor y de piedra
profunda para darme:
no me separarán de tus altas
entrañas,
madre.
Además de morir por ti, pido
una cosa:
que la mujer y el hijo que
tengo, cuando pasen,
vayan hasta el rincón que
habite de tu vientre,
madre.
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