La explosión de las rabietas
Al volver a clase después de Navidad, todos los padres hemos
respirado aliviados por recuperar al fin la rutina tan necesaria y porque
comprobábamos que nuestros hijos no estaban poseídos.
Y es que o había habido posesión grupal (¿acaso la escuela
infantil estaba construida encima de un cementerio indio?) o todos los críos
habían aprovechado las vacaciones para dar rienda suelta a sus rabietas
salvajes.
Mira que nuestra niña es tierna, dulce y adorable, como
todos los vuestros, por supuesto. Y de repente, cuando menos nos lo esperamos,
le cambia el carácter y empieza a negarse a todo, gritar, patalear, tirarse por
el suelo o lanzar objetos con la fuerza de un jugador de rugby.
Y si por ejemplo la intentamos poner en el carrito para
alejar el circo de los espectadores –o simplemente porque suele pasar que nos
coinciden las rabietas con las prisas- se arquea a lo bestia cual Regan de El
exorcista.
El pack básico es que te monten el pollo en casa. Pero no
sabes lo que es una rabieta Premium hasta que el estallido pasa fuera y con
mucho público, del que te mira mal y comenta en voz alta tu incapacidad
paternal.
Los expertos en estos cambios de humor aseguran que son la
manera en que nuestros hijos crean su personalidad y reafirman su propia voz.
Buscar su identidad se lo perdonas a un artista del que un par de pelis no te
acaban de gustar, pero cuando te lo hacen tus propios hijos apetece menos.
Aunque las rabietas no siempre son imprevisibles. Van
asociadas a cansancio, sueño y hambre, y analizando las veces que la niña se
nos convierte en Hulk, sí que hay una causa-efecto: ella quería hacer algo por
sí sola y no la hemos dejado o nos hemos adelantado para acabar antes. Cosas
tan tontas como apagar la tele con el mando, abrir una puerta o subir sola al
carrito.
Además, estos estallidos mini-adolescentes también son su
forma de gestionar y escupir su estrés, su angustia o la incertidumbre de lo no
controlado. Para algunos pedagogos, jugar en el parque también genera ansiedad
infantil, por si les roban la merienda o los juguetes o por si se les cuelan
otros niños en el tobogán.
“Si no me cuentas lo que te pasa, no podemos ayudarte”,
pensaremos muchos. Pero también lo pensarán muchas parejas uno del otro, así
que lo mejor es tomárselo con calma y firmeza, sin ceder y sucumbir al chantaje
emocional.
Las soluciones recomendadas para lidiar con el crío son
cambiarle de tema o despistarle con nuevos estímulos, evitar que vea cosas apetecibles
para no tener que prohibírselas o directamente dejarle berreando en el suelo
para que se desahogue y se canse, controlándolo con la vista para que no le
pase nada.
Lo bueno es que la fase de las rabietas dicen que se acaba
pronto. Aunque si entramos en Twitter veremos que a muchos les dura toda la
vida.
Martín Piñol, El País, 14 de enero de 2018
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